lunes, 1 de octubre de 2007

Apología del papel decomural

Almorzamos donde mis padres. Mi madre nos contó que perdió un traje rojo de dos piezas con falda plizada. Se le quedó en pullman bus. Mi padre se culpó a sí mismo, como siempre y la culpa aumentó su presión arterial. Pero eso fue anoche, hoy estaba bien. Francisa y mi madre intercambiaron recetas. Aprendí que se puede hacer salsa de ajo, agregando pan, aceite y vinagre y algo más interesante todavía: la palta engorda. Después del almuerzo atrevesé las calles pauperrimas de Maipú y me corté el pelo. La peluquera estaba ansiosa, su hija de 18 años vive en los Estados unidos y se enamoró de un libanés y la madre no se fía. Debí hablar más con la peluquera, la historia del libanés podría dar para un cuento. Pero me irritó el programa que estaba viendo en su tele de un millón de pulgadas, mientras me cortaba el pelo. La niña que protagonizó Papy Riqui estaba afectada por su irrupción en la farándula. Su padre, que ya no es pareja de la progenitora, parece estar molesto con ella por exponer a su hija de esa manera. Pasalaqua opinaba que a la madre de la criatura le importa más el dinero que el bienestar de su hija. Y yo opinaba que el libanés terrorista, Pasalaqua, y mi corte de pelo, eran incompatibles. De tanta incomodidad recuerdo ese verso de Neruda que dice: "El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos", pero después me acuerdo que el vate era pelado y pienso que esos dichosos versos deben tener un significado más críptico.

Pero el día sigue, no todo está perdido. Paso al Sodimac y compro papel, brocha y pegamento. 3.500 pesos sale la cuenta. Al llegar a mi hogar, repongo el papel decomural que se había caído en un rincón de la casa. Trabajo mucho, esmeradamente, hasta que ese rincón de la casa queda verdaderamente excelente. Llamo a Francisca, del mismo modo que tantas veces llamé a mi madre después de terminar un dibujo y ella está de acuerdo. Mi excelente trabajo ha convertido ese rincón de la casa en el más excelente de los rincones. Dentro de tres días dejaré de fijarme en ese rincón, ya no existirá para mi. Pero por hoy, al menos por hoy, ese rincón es una revelación, un punto de fuga, un palimsesto, un refugio. El papel decomural quedó perfectamente estirado, firme, parejo, y el vacío que había más abajo ya no existe.

domingo, 30 de septiembre de 2007

La tormenta

Hoy comienzo este diario con más de una sospecha. No pensaba hacerlo, pero la Francisca me convenció. Mientras cocinaba con el entusiasmo de siempre, me confesó que para ella existencialismo significaba amor a la existencia y punto, y no le importó un bledo mi definición escolar, ni las obras completas de Sartre, ni la imagen yerma del pobre Camus desangrándose en la carretera. Y puede que tenga razón, mientras yo me estreso el domingo por la noche presintiendo la mañana del lunes, ella abre el periodico y me lee su horoscopo: "entregue sus preocupaciones a una fuerza superior, es hora de que tome un descanso" le recomiendan los astros y con eso se queda tranquila, con eso y un beso antes de dormir le basta para ser feliz. Casi me olvidaba, la tormenta de arriba es de Turner. Un pintor que se hizo amarrar al palo mayor de una nave durante toda una noche para, según él, captar la esencia de una tormenta. Ahora lo veo todo claramente, yo soy ese ridículo amarrado al palo, muerto de frío, y ella, la dulce y terrible tormenta.